Animales benditos
Renfield, fanático siervo del Conde Drácula, escudriña cada palmo de la habitación del psiquiátrico donde está recluido en busca de arañas, hormigas, moscas e incluso pájaros. Su fin es devorarlos hasta colmarse de energía vital en su camino iniciático hacia la inmortalidad prometida por su amo. Cada vez ansía animales más pesados, con más carga sanguínea, consigue manipular a las moscas, amansar a algún ave, pero son criaturas demasiado pequeñas. Se ensimisma, delira, especula con lo más grande, es un demente de extremos, pero ni en sus más lunáticos pensamientos podría imaginarse sometiendo a un dinosaurio, a pesar de que él esté siendo esclavizado por un vampiro.
Mientras, el conde, amparado en la noche y repudiado por su pueblo, despliega todo su poder sobre distintas bestias. Lidera hordas de lobos, zorros, ratas y aves rapaces, consigue subyugarlos hasta su completa domesticación. Se une a ellos en una danza celestial transformado en murciélago. Desde ahí arriba juguetea con su sombra proyectada por la luz de la luna y fantasea con el dibujo de sus siluetas. ¿Me extenderé ligero como la niebla, seré un ruidoso cuervo, un vampiro perpetuo o volveré a devenir humano…? No. Nada de eso. No quiero claudicar, deseo ser libre, a pesar de esta salvaje y dolorosa inmortalidad.
A miles de kilómetros, en Inglaterra, Mina acompaña a su prometido Jonathan en los preparativos de su viaje a Transilvania para cerrar una venta con el conde. Resulta complicado disponerlo todo en el interior del baúl con la luz de la incipiente, aunque todavía precaria, bombilla eléctrica y, por encima de eso, con los incesantes juegos que se traen su perro y su gato. Mina, ignorante aún de lo que el destino le depara, los reprende con cariño sin levantar la vista de su recién estrenado tratado de historia natural. Conmovida, encuentra similitudes sorprendentes entre las formas caprichosas de los pobladores del libro y sus traviesos acompañantes.
Amanece. Aturdido, Drácula corre veloz por un pasillo plagado de antiguos tapices con retorcidas figuras zoomorfas y símbolos tipográficos indescifrables. Atraviesa una sala tropezando con oxidadas armaduras y alimañas disecadas en su ascensión por la escalera de caracol que le conduce a la torre más alta del castillo. Por las ventanas del edificio, siempre cerradas, se filtran los primeros rayos de sol de la mañana que laceran su nocturna figura. Asoma la cabeza por un ventanuco observando escrupulosamente el horizonte con el escrutinio de un águila y, como tal, se lanza al vacío. Se eleva poderosamente hacia la gran bola incandescente y en cuestión de segundos, su calcinado cuerpo se extingue eternamente.
Su conflicto ha sido resuelto, ya no será un lobo, ni un cuervo, ni un vampiro, tampoco volverá a ser de nuevo un humano mortal, ahora es otro prodigio más de la naturaleza que desaparece para siempre.
Comisariado por Fosi Vegue
Listado comisariado por Fosi Vegue:
Aleksandras Macijauskas – Kaimo turgus / Countryside Markets
Florian Van Roekel – Fear of Fall
Francesca Todde – A Sensitive Education
Jesús Gáchez y Sergio Aritméndiz – El paseo de los perros
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