La casa

Reduciendo al máximo los elementos que conforman una construcción, en este caso una casa, obtendríamos un bloque, una pieza maestra o un ladrillo que funcionaría como el patrón desde el que configurar las proporciones de todo lo demás. Algo así como dotar a un pedazo de arcilla cocida de un caprichoso carácter antropocéntrico. Luego viene la labor de disponer esas maleables porciones hasta componer una vivienda: funcional, abigarrada, grande, diminuta, ostentosa, sencilla, mísera, aislada, constreñida… 

Hasta ahora solo tenemos un contenedor vacío, un cubo, aún no ha llegado a convertirse en un hogar, (concepto pendiente de revisión). Para muchos mortales no supone un problema, ya poseen todo lo necesario para camelar con sus majestuosas mansiones a sus invitados o a los mirones del ¡HOLA!. Otros, más mortales todavía (si es que esto es posible), ni siquiera cuentan con este cubo básico, unos por pura injusticia, otros porque reniegan de ello y otros, porque no han podido llegar a un lugar donde establecerse. 

Aquel venidero hogar, a veces idealizado, desata todo tipo de sentimientos a su llegada, como la de la cigüeña y su cándido cargamento. El espacio que habitamos deja de ser tan importante, ahora nuestro refugio no es material, está hecho de abrazos, de vasos de cola cao, de uvas y campanadas, de trifulcas, lexatines, de rifles bajo un colchón lleno de manchas, de despedidas o de desalojos. 

Sea como sea, y siempre desde este lado afortunado, el asunto de la casa, del hogar o del refugio es más frágil que nunca. Quizás, para engrosar esta lista, debiéramos producir nuevas publicaciones donde, definitivamente, desaparezcan las fronteras, los alcaldes, las propiedades, las hipotecas, los buitres y seamos nosotros, de nuevo, el centro de todas las necesidades. Como escribía ya en el 54 la maravillosa Gloria Fuertes:

…se dan casos, aunque nunca se dan casas

a los pobres que no pueden dar traspaso.

Comisariado por Fosi Vegue