Las chicas son guerreras
Tras la toma de Cádiz por el bando sublevado las nuevas autoridades centralizaron la distribución de alimentos y su racionamiento hasta el punto de dejar a la ciudad durante varios días sin abastecimiento, entre otros, de un bien esencial como el pan. Mi abuela, entonces una desobediente gaditana veinteañera, me contaba con orgullo que fueron las mujeres, abuelas, madres y nietas, las que se enfrentaron en masa, sin más arma que el hambre, a los custodios de este preciado alimento exigiendo su redistribución. Después de horas de angustiosa trifulca y de alguna humillante bofetada, las mujeres volvieron esperanzadas a sus casas. Al día siguiente, y en lo sucesivo, no volvió a comerse sin pan en ningún hogar de Cádiz.
Margarita conocía cada palmo de los pinares de Gredos donde llevaba las cabras de la familia a pastar. Más de una vez se había cruzado con alguna cuadrilla que se afanaba talando árboles para la industria nacional, pero ese día parecía que cada tumbador iba por su cuenta. Mientras se refrescaba del seco calor de julio en un manantial, oyó un grito pidiendo ayuda y corrió hacia donde provenía la llamada. Se encontró a uno de los leñadores desfallecido, bañado en sangre y con un corte fatal en el antebrazo. Sin apenas pensar le quitó el cinturón, se lo amarró a la muñeca y, estirando el brazo con él, ató el cuero a una rama de un pino dejando el brazo completamente vertical y al muchacho de rodillas, a penas sostenido por las pocas fuerzas que le quedaban.
La chica marchó al pueblo a pedir ayuda tan veloz que ni siquiera sus perros podían seguirle el paso. Margarita supo después que había conseguido contener la hemorragia, supo también que pudieron salvar al chico, supo que se llamaba Valeriano y que acababa de volver de trabajar en Francia pero que era del pueblo de al lado. Lo que no llegó a saber en ese momento es que pasaría cincuenta y dos maravillosos años casada con él.
El verano pasado Conchi recibió una llamada que nos conmocionó a todos. Era Luis, un chico al que ella cuidó hace casi cuarenta años en una guardería de Málaga. Luis era huérfano, lo habían paseado por varios hospicios, en ninguno lo querían, aducían que era huraño, conflictivo y que no se dejaba aleccionar. Crecía cada vez más aislado y sin visos de encontrar una familia que lo acogiera para siempre, no había ya un solo orfanato por el que no hubiera pasado y la administración optó, como último recurso, por llevarlo a una guardería de la ciudad. Ahí acababa de entrar a trabajar Conchi junto a un grupo de tres chicas veteranas. Ella quiso hacerse cargo de Luis nada más verlo, resultaba muy complicado ganarse su confianza, pero al poco tiempo no se separaba de ella. El edificio tenía un jardín, que nunca se utilizaba, en el que Conchi y Luis comenzaron a recolectar diferentes hojas, palitos o piedras, con el ánimo de crear pequeños mundos donde el chico se encontrara seguro. Conchi también llevó de su casa un pequeño radiocasete y sus cintas favoritas de baladas italianas, descubrió que para Luis resultaba muy tranquilizador. Contraviniendo las advertencias del director del centro, la niñera salió varias tardes con Luis a pasear por la playa y un par de veces se colaron en un viejo cine del centro a ver películas de Charlot. El celo y tesón que puso Conchi a punto estuvo de costarle el puesto de no haber sido porque, por fin, una familia adoptó a Luis.
En la llamada telefónica Luis le contaba a Conchi que llevaba años intentando localizarla porque quería decirle que fue la primera persona que le mostró cariño, que le hizo sentirse especial por ser diferente, que vivió una infancia tremendamente feliz junto a su nueva familia y que siempre escuchaba a Battiato mientras escribía artículos para su periódico.
Donna Ferrato – Living with The Enemy
Susan Meiselas – Carnival Strippers
Cammie Toloui – 5 Dollars for 3 Minutes
Barbara Kruger – Love for Sale: The Words and Pictures of Barbara Kruger
Justine Kurland – Scumb Manifesto
Adriana Lestido – Madres e hijas
Gloria Oyarzabal – Woman Go No’Gree
Hoda Afshar – A Curve is a Broken Line
Jacqueline Hassink – The Table of Power
Annette Behrens — (in matters of) Karl
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